Parsifal
“Pienso que conozco mejor que nadie la enormidad de que era capaz Wagner, los cincuenta mundos de éxtasis extraños para los que nadie tenía alas salvo él; y tal como soy, lo bastante fuerte para tornar en mi provecho lo más problemático y lo más peligroso, y llegar a ser así aún más fuerte, llamo a Wagner el gran benefactor de mi vida. (…) El hecho -y en esto estamos emparentados- de que hayamos sufrido más profundamente, también entre nosotros, que los hombres de este siglo reconciliará nuestros nombres por toda la eternidad…”
Nietzsche, Ecce Homo, 1889
La intensa amistad y el desencuentro posterior entre Wagner y Nietszche juegan un papel muy importante en nuestra propuesta. La ambigüedad de la música de Parsifal refleja su relación con el texto de Nietzsche, como si fuera su representación visual envuelta en la visceralidad de la música wagneriana. Parsifal encarna la indeterminación moral extrema del hombre contemporáneo. La cultura occidental todavía no ha resuelto el conflicto entre lo instintivo y lo racional, entre lo ritual y lo litúrgico. Para Wagner, la ceremonia del Viernes Santo del último acto es una celebración festiva de regeneración, como las dionisíacas griegas. El final de Parsifal no sugiere la redención cristiana sino el rito pagano, una experiencia en la cual público e intérpretes participan de una misma ceremonia que les proporciona un compromiso renovado para su vida comunitaria. De esta manera, en nuestra propuesta, Gurnemaz, el narrador, se convierte en un hacedor de pan, un pan que crece orgánicamente a lo largo de la representación. Al finalizar, se repartirá pan, para ser compartidos entre todos los presentes para celebrar un renovado ritual comunitario.
En Parsifal, la hermandad de los Caballeros del Grial , a la que solo acceden aquellos que estén dispuestos a renunciar a si mismos, se encuentra amenazada por la desintegración interna. Su mundo cuidadosamente construido bajo las rígidas reglas de los caballeros se desmorona. La jerarquía social de Montserrat se tambalea. Su fundador, Titurel (alter ego de Richard Wagner) es un cadáver viviente y su líder Amfortas sufre de una herida incurable (Nietzsche y su neuralgias permanentes). Su perturbadora herida abierta, cuya sangre fluye periódicamente como una menstruación, es la viva intrusión de lo dionisíaco, de lo instintivo, en la vida del doliente caballero a pesar de los esfuerzos de curación. El personaje de Amfortas encarna el desequilibrio doloroso del sujeto moderno, represor de lo irracional. Él sucumbió ante el mago Klingsor (Nietzche y su enfermedad mental), el mayor enemigo de la comunidad. Amfortas perdió la lanza sagrada de la comunidad en sus manos y no pudo resistirse a las eróticas doncellas flor, las dulces y tentadoras habitantes del jardín mágico de Klingsor, un reino que engulle a los que entran haciéndoles esclavos de sus delicias.
Esta comunidad en crisis fue establecida por Titurel para custodiar dos reliquias sagradas: el cáliz (vagina sagrada) y la lanza (falo sagrado). Ambas pueden relacionarse con el lingam hindú, signo de ambos sexos integrados que representa la regeneración del universo. Viven en un estado de espera, esperan a un desconocido que cure la herida de Amfortas, que recupere la lanza, que protega el cáliz y que repare los errores del pasado mientras repiten su ritual sin cesar a pesar de que éste ha perdido su significado. Entonces, aparece Parsifal, un joven loco y puro, al que el caballero Gurnemanz invita a recorrer un largo camino iniciático. Quizá sea ese alegre muchacho sin pasado quien les libere de su dolor.
El camino que inicia Parsifal o El Camino Medio, como lo nombran los budistas, es el que evita los extremos de los excesos y las privaciones, ya que desencadenan la avidez emocional en nuestro interior. Parsifal, que comparte muchas similitudes con Siegfried, otro héroe wagneriano, es el único que desde el comienzo, incluso antes de su transformación por el beso de Kundry, es consciente de la irrealidad del jardín mágico de Klingsor, al preguntarse si es un sueño.
Kundry desempeña un papel clave para el desarrollo de Parsifal. Ella simboliza el eterno femenino, una mujer que en el primer acto se rebela contra su condición de hembra, mientras en el segundo sirve al hechicero Klingsor como herramienta seductora de Parsifal y, en el tercer acto, se convierte al fin en su fiel compañera, la que le acompaña hasta llegar al templo o lugar donde todas las energías se unen (la obra de arte total o Gesamtkunstwerk ), momento en el que el espacio escénico se transmuta en contenedor o grial del conocimiento. La enigmática Kundry, dormida en armonía con la naturaleza, es capaz de gritar de dolor y de éxtasis, capaz de convertir su deseo hacia Parsifal en compasión hacia la humanidad.
En Parsifal hay mucho dolor y resistencia al olvido. Sufren Parsifal, Kundry, Amfortas, Titurel. Y, al mismo tiempo, Parsifal se encuentra en Montserratt a varios personajes que carecen de la capacidad de olvidar. Así, Amfortas está obsesionado con el recuerdo de su traición al Grial y también Kundry es víctima de su pasado. Como comenta Peter Sloterdijk en su obra Thinker on stage: Nietzsche’s Materialism, para Nietzsche la persona que tiene el poder de olvidar el pasado es capaz de liberar sus energías creativas. Sólo cuando uno puede escaparse de si mismo puede encontrarse a si mismo (la búsqueda de uno mismo implica emprender un viaje fuera de uno mismo). El personaje de Parsifal es, en este sentido, profundamente nietzscheano. Así pues, en nuestro Parsifal mostramos al hombre comunitario que busca el camino de la consciencia plena para “sanar las heridas” producidas por actos humanos vacíos de este sentido universal. Parsifal es para nuestro imaginario un transhombre, un ser andrógino, cuyas células son terminales que conectan con nosotros a través de las redes sociales.
En Parsifal, la naturaleza humana se define deseante, una humanidad que sufre por la incapacidad de colmar sus deseos. Pero en esta obra testamentaria de Wagner, el deseo se redefine no como el deseo individual sexual sino como el deseo compasivo de comunidad, deseo de hermanad. Un deseo que es una fuerza desestabilizadora ya que reclama la libertad y autonomía del hombre contemporáneo pero, al mismo tiempo, es un deseo estabilizador como fuerza social. La sensualidad del individuo se transforma en una experiencia comunal.
Parsifal asume definitivamente su destino, convirtiéndose al fin en un hombre sabio.
Director de orquesta: Markus Stenz
Dirección de escena: Carlus Padrissa (La Fura dels Baus)
Escenografía: Roland Olbeter
Vestuario: Chu Uroz
Video: Welovecode
Luz: Andreas Grutas
Asistente puesta en escena: Tine Buise
Asistente coreografía: Mireia Romero
Dramaturgia: Let George & Tanya Carnival
Director de coro: Andrew Ollivant
Gurnemanz: Matti Salminen
Parsifal: Marco Jentzsch
Amfortas: Boaz Daniel, Samuel Youn
Klingsor: Samuel Youn
Titurel: Young Doo Youn Parque
Kundry: Dalia Schaechter
Coral Ópera de Colonia
y Orquesta Gürzenich-Colonia
Parsifal es sin duda una obra que ha sido diseccionada, que ha seducido a intelectuales, odiada y amada. Pero aún hoy sigue siendo un enigma. Los puntos de contacto con El nacimiento de la tragedia de Nietzsche son varios, nacen de un mismo contexto histórico y ambas ponen en duda el principio más sagrado de la modernidad: el dogma de la autonomía moral del individuo.