Doscientos años después de su creación, esta obra se mantiene vigente en todos los sentidos por ello nos resulta todavía inteligente y moderna. Desde las reflexiones acerca de la monstruosidad – el monstruo nace o se hace – o, de manera más profunda sobre el desarrollo de la ciencia y el debate entre ciencia inventiva o transformativa.
La esencia del Frankenstein de Mary Shelley se convierte en ópera de la mano de un equipo joven que plantea una puesta en escena situada en el futuro, dentro de cuatro siglos, donde los personajes habitan el mismo tiempo, excepto la Criatura, que revive el pasado a través de sus recuerdos. La destemporalización, que resalta la validez del pensamiento de Shelley, también se potencia con la construcción de un espacio ambiguo que evoca un luminoso desierto de nieve, la asepsia de una sala de operaciones de universidad o lo implacable de una sala de juicios. Todo al servicio de la experiencia de la Criatura, para acercar al público a una vieja historia con una nueva mirada.
