El personaje de Fausto ha estado presente desde diversos puntos de vista en la carrera de Àlex Ollé. Primero, en el teatro –F@ust 3.0 (1997)– después, en la ópera –La damnation de Faust de Berlioz (1999)–, posteriormente en el cine –Faust 5.0 (2001)–. Años más tarde todavía tendría la oportunidad de abordarlo de nuevo en Faust de Charles Gounod (2014). En todas las ocasiones su interés se orientaba a poner de relieve las motivaciones contemporáneas de un personaje que emergió en la imaginación de Goethe durante la confrontación entre la Ilustración y el Romanticismo, en el marco de la lucha entre el fracaso de la razón y la atracción constante de lo irracional.
La puesta en escena de Mefistofele, ópera creada por Arrigo Boito hace 150 años, significa un paso más porque obliga a un punto de vista diferente, ya que Mefistófeles se convierte en protagonista. Ahora el demonio es un hombre alienado que trabaja en un laboratorio, un psicópata que odia todo lo que le rodea, especialmente a Fausto. Su mente será el vehículo que conducirá la historia a través de una acumulación de espacios, concebidos como una especie de Torre de Babel en constante transformación. Espacios reales e imaginados, el ocio de una discoteca y la rutina de trabajo en un laboratorio. Una reflexión sobre el Bien y el Mal que desafía el clásico final del mito.