Un río de arte, catarata de artistas, que cada mes de Julio invade las calles de música y duende. Gente que, mientras tanto, viene y va, por ahí, en ronda interminable de noche y de día, de día y de noche. El muñeco gigante inaugura el desfile, el carnaval de verano de artefactos mecánicos. Se levanta, camina, baila y salta, hace lo que quiere. Repica, todo es estruendo. ¿Quién sabe? Quizás traiga la lluvia. En su despertar cósmico parece que vuele.
La gran parada comienza por las calles de Alcalá la Real, la verdadera, la que cuida con mimo a su gente y a los que vienen de todas partes. Para hacerlos más felices… si cabe. Porque en la calle no caben, no cabe ni un alma más. ¡Está que peta! A reventar de gente con ese paseo de veinte años, calle arriba y calle abajo, vamos llegando. El castillo de la Mota observa asombrado y La Fura, un cómplice nuevo, hace estallar la chimenea y la estación de autobuses. En las ramblas de Alcalá todo es de color. Todo es de fuego y de color, va oscureciendo y el gran concierto está a punto de empezar, y nosotros exhaustos, hemos dejado allá aparcado… el regalo de Pedro.