Judit, la protagonista de esta ópera, construye su castillo, su mundo propio, en el interior del castillo de Barbazul; un ámbito cerrado, con sus muros y estancias. El espacio del teatro apareció entonces como el total del castillo y ya no se trataba de recrear el que da título a la obra, sólo intentamos reconstruir el castillo interior, el lugar donde se debaten los personajes. De nuevo, como en Diario de un desaparecido, tratamos con el abandono y la pérdida.
Una puesta en escena sintética, reducida a la mínima expresión, elaborada en colaboración con Jaume Plensa, con la intención de no distraer al espectador del auténtico meollo del asunto: la ruptura con un destino que parece inexorable.